El resultado de la redención es salir de allí

Dios salvó a los israelitas mediante el Cordero de la pascua. Cuando el mensajero de Dios salió a dar muerte a todo primogénito de la tierra de Egipto, el ángel de la muerte pasó de largo ante las puertas untadas con la sangre. En la casa cuya puerta no hubiera sangre, moriría el primogénito. Esto no tenía nada que ver con que si la puerta era buena o mala, si el dintel y los postes eran especiales, si era una buena familia la que vivía en esa casa, o si el primogénito honraba a sus padres. Lo único que contaba era que la sangre estuviera allí. Perecer o no perecer no depende del nivel social de la familia ni del comportamiento de uno, sino de la sangre. El factor básico de la salvación es la sangre, lo cual no tiene nada que ver con nosotros mismos.
Puesto que somos salvos por gracia y fuimos redimidos por la sangre del Cordero, no debemos olvidar que en cuanto la sangre nos redime, debemos prepararnos y salir. Una vez que somos redimidos por la sangre, no debemos pensar en comprar casas y morar en Egipto. No, todos debemos salir esa misma noche. Antes de la medianoche, los israelitas sacrificaron el cordero y rociaron la sangre con hisopo; después comieron apresuradamente, con sus lomos ceñidos y los bordones en sus manos, porque tenían que salir inmediatamente.
El primer resultado de la redención es nuestra separación del mundo, la cual consiste en abandonar el mundo al salir de allí. Dios jamás redime a una persona para dejarla en el mismo estado y para que siga viviendo en el mundo. De hecho, esto es absolutamente imposible. Todo el que haya nacido de nuevo, es decir, sea salvo, debe tomar su bordón y salir. Una vez que el ángel de la destrucción separaba al que habría de ser salvo del que iba a perecer, el salvo tenía que salir. En cuanto somos separados por el ángel heridor, tenemos que empacar y salir de Egipto.
Nadie usa un bordón para acostarse, pues el bordón no sirve de almohada, sino que se usa para caminar. Todos los que fueron redimidos, ya sean ancianos o jóvenes, debían tomar su bordón y salir esa misma noche. Igualmente, tan pronto somos redimidos por la sangre, nos convertimos en extranjeros y peregrinos en esta tierra. Así que debemos salir de Egipto y separarnos del mundo inmediatamente. No debemos seguir morando allí.
Una hermana, mientras enseñaba en la reunión de niños la historia de Lázaro y el rico, les preguntó: “¿Desean ser el rico o ser Lázaro? Acuérdense que el rico disfruta en esta era, pero sufrirá en la próxima, mientras que Lázaro sufre hoy, pero disfrutará en la era venidera. ¿Cuál de estos dos quisieran ser?”. Una niña de ocho años le respondió: “Mientras yo esté vivo, quiero ser el rico, pero cuando muera, quiero ser Lázaro”. Muchas personas son así, cuando necesitan la salvación, confían en la sangre del Cordero, pero después de que son salvos por la sangre, se establecen firmemente en Egipto, esperando obtener el beneficio de los dos lados.
Recuerden que la redención que la sangre efectúa nos salva del mundo. Cuando la sangre nos redime, nos convertimos inmediatamente en extranjeros y peregrinos en esta tierra. Esto no quiere decir que ya no vivamos en el mundo, sino que fuimos separados del mundo. Así que, cuando se aplica la redención, el resultado es este: somos separados del mundo. Tan pronto somos redimidos, el curso de nuestra vida cambia y tenemos que dejar el mundo. La sangre separa a los vivos de los muertos y, también separa a los hijos de Dios de la gente del mundo. Una vez redimidos, ya no podemos permanecer en el mundo.


Fuenete: (Mensajes para edificar a los creyentes nuevos, tomo 1, Chapter 6, Section 1)

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